domingo, 3 de marzo de 2019

LA HIJA DEL FARERO





He oído decir que la séptima hermana de una familia siempre es bruja, y empiezo a pensar que debe haber algo de cierto en esa afirmación porque la séptima hija de un farero hace años que me embrujo.
Desde los siete años comencé a veranear con mis padres frente a la costa atlántica, en un pueblecito costero cercano a un hermoso faro. Desde entonces, y durante diez años, viví enamorado en secreto de la más pequeña de las hijas del farero. Finalmente, en mi último verano de Instituto, descubrí que mi amor era correspondido. Una noche, a escondidas, me llevó hasta el faro y me mostró la lente escalonada que allí se usaba para proyectar la luz. Fue entonces cuando oí por primera vez hablar de Fresnel, y de cómo aquel invento suyo resultó ser revolucionario sustituyendo poco a poco en cada faro los sistemas de espejos por lentes como aquella, que aprovechando las propiedades de refracción de la luz producían una iluminación más potente. Me mostró el corazón de aquella estructura creada para guiar barcos antes de entregarme el suyo propio. Bajo su luz intermitente aquel verano de primeras veces llegó a su momento álgido.
Pero las vacaciones terminaron, llegó la Universidad y, tal vez porque ya la había conseguido, perdí el interés por volver a veranear con mis padres en aquel pueblito costero. Solo regresé una vez, ya graduado en óptica y optometría, y quiso la fortuna que me tropezara de frente con ella. No dije nada porque me sentía culpable y mezquino, pero ella si me hablo. No hubo hola ni adiós, solo estas palabras: ‘Te garantizo que, por mucho que intentes olvidarme, llegará un momento en que te acordarás de mí cada día’
Y aquí estoy, como asistente de un oftalmólogo, comprobando con prismas Fresnel todos los días si los pacientes estrábicos que vienen a la consulta son o no buenos candidatos a la cirugía. Cada vez que miro las lentes, cada día, pienso en ella y en lo estúpido que fui.

sábado, 23 de febrero de 2019

PARINAUD DELATOR






Envidiaba tanto a su marido, o mejor dicho, su profesión.
Cada día que pasaba encontraba más deprimente su oficio de policía, ¡en que estaba pensando cuándo decidió entrar en el cuerpo! Allí estaba ella, una vez más, ante un cuerpo inerte víctima de una violencia desmedida e injusta. Es lo que tiene homicidios. El asaltante se había colado en la casa de aquella pobre chica y la había matado. Se contaba con tres testigos oculares de lo sucedido pero aun así nadie sabía por donde empezar; y es que los gatos como testigos no son muy buenos. Según el forense la muerte se produjo cinco días atrás, el tiempo exacto desde el cual no tenían noticias de la muchacha sus familiares. También, según el forense de nuevo, uno de los gatos había arañado al asesino; igual al final los gatos iban a ser de más ayuda de lo que había pensaba en un principio.
Se asomó a la puerta principal, varios curiosos rodeaban el cordón policial y los escrutó minuciosamente a todos. Sabía que era frecuente que los asesinos volvieran al lugar de sus crimines a ver trabajar a la policía, y así fue como, entre aquella pequeña muchedumbre, un hombre captó su atención. Tenía el párpado del ojo derecho rojo e inflamado. Vio como la observaba fijamente. Ella hizo ademán de mirar algo al cielo, y comprobó que cuando aquel tipo intentó hacer lo mismo en un acto reflejo su ojo derecho fue incapaz de elevarse en vertical. La inspectora había visto una imagen similar a la mirada de aquel individuo en los apuntes del Master de patología ocular para optometristas de su marido: era un síndrome de Parinaud, frecuente en la enfermedad del arañazo de gato. Se trataba solo una corazonada, tenían que confirmarlo, pero la aburrida profesión de su marido acababa de darle un hilo del que tirar.
Envidiaba tanto a su marido, o mejor dicho, su profesión.

domingo, 17 de febrero de 2019

LA PRIMERA VEZ




La primera vez siempre esta llena de expectación y miedo, una mezcla del deseo por probar algo nuevo y el temor a hacerlo mal. Además está la gran pregunta: ¿Dolerá? Ahora que ya todo había pasado no podía describir aquello más que con buenas palabras, sus manos expertas no la decepcionaron, e incluso superaron las expectativas.  Tras superar la vergüenza de reconocerle que para ella todo aquello era nuevo, que nunca antes lo había hecho porque no estaba segura ni convencida, y que era más que consciente que por ese motivo entre sus amigas de la Universidad era la rarita, debía reconocer que todo fue como la seda. El guapo óptico recién graduado, y locamente enamorado a primera vista de aquella chica, le enseñó a ver el mundo con ojos nuevos de la mejor manera que supo. Antes de empezar le repitió que, para que todo saliera bien y fuera fácil y placentero, era fundamental que ella deseara realmente hacerlo. No hubo dudas, la enamorada respondió con un categórico: “Sí”
Y así, con estas mismas palabras que sirven para explicar como fue su primer encuentro bajo las sábanas, podríamos describir también el día que se conocieron y surgió el flechazo; cuando él le adaptó por primera vez unas lentes de contacto.



viernes, 8 de febrero de 2019

MEJOR SIN GAFAS


  


Era un reunión importantísima a la que nos enfrentábamos, necesitábamos ganar la cuenta de aquellos clientes para nuestra empresa como fuera. La misión de convencerles que nosotros les traíamos la mejor opción para su dinero había recaído sobre mi compañero y sobre mí.
Desde que nos montamos en el coche la verborrea de él era imparable, que si como debíamos llevar el encuentro, que si la mejor forma de enfocar el tema era como él decía, que sí, que sí… A mí ya me estaba hartando que se dirigiera hacia mi persona más como si fuera su subordinada que como a una compañera, y sobretodo cuando aquella misma mañana me habían confirmado un ascenso que solo quedaba por hacer público. Pero yo soy más de guardar silencio para concentrarme cuando me enfrento a situaciones tensas como aquella. Me estaba poniendo nerviosa, aunque esperaría a cuando saliéramos de la reunión para hablar seriamente con él.
Estábamos a punto de entrar cunado me frenó en seco y dijo.
– Estás más guapa sin gafas, quítatelas.
‘¡Cómo!’, sonó dentro de mi cabeza. Ya no pude más.
– Tú también estás más guapo cuando me quito las gafas, pero me aguanto.
Y así fue la última vez que aquel sobradillo trabajo conmigo, y para mí.

domingo, 3 de febrero de 2019

URGENCIAS





Y allí estaba, una tarde más, maldiciéndome a mi misma por no haber sido mejor estudiante durante mis años de Instituto. Si me hubiera tomado más en serio las notas, y menos la salidas con los amigos, hubiera podido estudiar medicina que era mi verdadera vocación. Que feliz sería sintiéndome útil de verdad, tomando rápidas decisiones y salvando vidas en Urgencias. Pero me tuve que conformar con estudiar Óptica que, claro, no es lo mismo. Lo más parecido a un subidón de adrenalina dentro de mi trabajo es cuando debo entregar una gafa montada a una hora concreta y a la biseladora, como buena máquina, le da por revelarse y no trabajar como debe.
Ahí estaba yo cuando una de nuestras clientas, embarazada de casi siete meses, entró por la puerta quejándose de no ver bien. Sin prestarla mucha atención, porque como ya he dicho estaba autocompadeciéndome por mis malas decisiones en el pasado, la hice pasar mecánicamente dentro del gabinete. Tras examinar el ojo derecho todo bien, todo igual, pero cuando me proponía a graduar monocularmente su ojo izquierdo me dijo que solo veía la mitad de las letras, solo era capaz de ver la mitad del campo visual. De pronto me fije detenidamente en ella, la conocía y no tenía buen aspecto, no el habitual en una embarazada. Entonces recordé algo estudiado años atrás. Colgué mi bata, agarré el bolso y las llaves del coche, y tras cerrar la óptica me llevé a la mujer lo más rápido que pude a Urgencias. El corazón me latía con tal fuerza mientras esperaba a los médicos que temí se me escapara por la garganta. Finalmente me confirmaron que habían tenido que practicar una cesárea de urgencia para salvar la vida tanto de la madre como del feto pero que todo había salido bien. La preclampsia le había disparado la tensión por las nubes y estuvo a punto de matar a ambos.
 De pronto me sentía bendecida por no haber sido una buena estudiante en el Instituto, que la nota no me hubiera dado para hacer medicina y no tener que vivir todos los días de mi vida enfrentándome a rápidas decisiones que implicaran la vida o la muerte de otras personas. Fui feliz porque descubrí que lo que realmente me gustaba era ser óptica-optometrista.

domingo, 27 de enero de 2019

UN HOMBRE CON GAFAS





Mi madre me inculcó la importancia de una buena educación, pues la educación y la amabilidad son otras formas de belleza. Cuantas veces una palabra amable o un buen gesto han resultado tanto o más atractivos que una cara bonita, o al menos, a mí así me ocurre.
No hace ni seis meses que coincidí por primera vez en el ascensor con el último inquilino en llegar a la comunidad. Su aspecto, o tal vez solo fueron sus gafas que le daban una cierta apariencia intelectual, me hizo pensar que se trataría de un buen hombre, educado y respetuoso; pero cuantas veces una primera impresión ha sido equivocada, para bien o para mal. Yo desde luego le conferí cualidades que para nada poseía. Era incapaz de responder a mis saludos con un “Buenos días” o “Buenas tardes”, tenía suerte si recibía por respuesta algún sonido gutural. Desde que el llegó mi coche era golpeado casi a diario sin salir del garaje, y resultaba que el utilizaba la plaza situada justo junto a la mía, en el mismo lado en el cual surgían inexplicablemente bollos y arañazos. Amablemente un día que coincidí con él estando a punto ambos de coger el coche le pregunté al respecto. Me miró a través de los cristales de sus gafillas, como si fuera un insecto insignificante, y ni tan siquiera me respondió con palabras. Sí lo hizo con gestos, al arrancar volvió a rozar mi coche pero ni se inmutó, y yo tomé aquello como una confirmación de mis sospechas. Porque soy un hombre educado y pacífico me contuve, además yo nunca pegaría a un hombre con gafas.
Sus agravios continuaron. Las bolsas de basura empezaron a acumularse y descomponerse en el rellano de la escalera, ignorando cualquier queja. El volumen de la televisión era molesto a horas inadecuadas, y los golpes a mi coche no dejaban de proliferar; pero yo no podía pegar a un hombre con gafas. Aunque llegó el día en que decidí que aquello no podía seguir así, debía pasar a la acción. Llamé al timbre de su puerta, y tuve que insistir porque no me oía.
¿Qué quieres?   me dijo al abrir la puerta ¿Y sé puede saber de qué te ríes?
De un chiste que me han contado. Me han dicho que nunca hay que pegar a un hombre con gafas, mejor con un bate que hace más daño. Y aquí estoy.
Le mostré la sorpresa que guardaba escondida a mi espalda y allí acabo todo. Con lo sencillo que hubiera sido mostrar un poquito de educación.

domingo, 20 de enero de 2019

VUDÚ




A pesar de estar en interior, y que la sala de espera carecía de ventanas, los dos hombres que allí esperaban a que la enfermera les trajera sendos consentimientos informados no se desprendían de sus gafas de sol. Uno de ellos se mostraba ilusionado y ansioso, el otro no. Al primero la espera lo estaba sacando de sus casillas, así que comenzó a hablar para romper el silencio.
– Es la primera vez que vengo a Barcelona, y casi no he visto nada. Pero cuando salga de aquí espero que todo sea muy distinto. ¿Y tú?
– Yo ya había estado antes aquí, en un verano que me dediqué a cazar olas por toda la Costa Brava.
– ¿Surfeas?
– Surfeaba, la última vez que lo hice fue en Haití.
– A mí también me gusta surfear, pero lo dejé porque me pasaba más tiempo con queratitis que sin ella… mis corneas siempre han sido muy delicadas. Por eso estás tú también aquí.
– No, a mí me ha traído aquí el vudú.
La enfermera entró un momento con los consentimientos y volvió a dejarlos a solas. El paciente parlanchín había enmudecido de golpe, no sabía si aquel tipo le tomaba el pelo o estaba loco. Antes de poder preguntarle que había querido decir con lo de que a él le había llevado allí el vudú el otro tipo reinició su narración.
– Llegué a Haití en busca de olas y alguna guapa haitiana. En el mapamundi de mi casa cada vez que regresaba tachaba un país, y eso significaba que me había acostado con alguna mujer de allí. Alika era una mulata espectacular, y muy joven, yo fui su primer amor… y el último. Me llevó a conocer a su familia, y a pesar de que me vanagloriaba de ser un gran seductor capaz de meterme a cualquiera en el bolsillo, su padre que era un hombre muy vivido vio algo en mí qué no le gustó. Era un bokor, un brujo negro, y tras abandonar a su hija, y que esta enloqueciera, me llegó la desgracia. Antes de coger mi vuelo de regreso a casa tomé un último baño en la piscina del hotel, y durante las largas horas de vuelo de vuelta sufrí el ataque más agresivo que nunca un oftalmólogo haya visto de queratitis por acanthamoeba.
– Bueno, tuviste mala suerte pero no creo que sea vudú, tras el transplante de cornea todo ira bien, seguro.
– Tú crees –. dijo al tiempo que se quitaba las gafas de sol – Me estaba subiendo al taxi rumbo al aeropuerto cuando el padre de Alika se acercó a mí y me dijo que no volvería a mirar a ninguna otra mujer después de su hija. Y así será.
La cornea del ojo derecho tenía un aspecto blanco lechoso. Donde debía estar el ojo izquierdo solo había una cavidad vacía.
– El doctor insiste en volver a operarme, se siente culpable por el peor caso de rechazo de su vida, pero yo no le culpo de nada. La culpa es solo mía. Suerte con tu transplante, seguro que ira bien.
 Y tras rasgar los folios del consentimiento, antes de levantarse y salir, dejó a su  optimista compañero de sala confuso y lleno de desasosiego.

LA HIJA DEL FARERO

He oído decir que la séptima hermana de una familia siempre es bruja, y empiezo a pensar que debe haber algo de cierto en esa afirma...