Recordáis al padre de Tula en "Mi
gran boda griega" empeñado en buscar el origen griego a cualquier palabra,
aunque a nadie le interesara; pues el óptico del pueblo al que me acababa de
trasladar a su manera era igual. No aguantaba su constante verborrea cada vez
que me pillaba por banda. Insistía en darme explicaciones desde un punto de
vista óptico de cualquier fenómeno, aunque yo nunca le preguntaba nada. Además,
no viene al caso, pero estaba en un momento en mi vida en el que lo que más
valoraba era que respetaran mis silencios y mi necesidad de solidad, pero
parecía que él era el único en no darse cuenta.
La pasada noche del viernes salí de casa
con intención de disfrutar en soledad del espectáculo del eclipse lunar sobre
el mar. Quiso la mala fortuna que me tropezara con mi amigo que, sin ser
invitado, se ofreció a acompañarme. De camino a los acantilados empezó a
hablarme como si yo no supiera lo que íbamos a ver. Que si al interponerse la
Tierra ente el Sol y la Luna su sombra ocultaría completamente la luz que le
llega del astro rey. Que sin embargo aun así la veríamos de un curioso color
rojizo debido a la refracción de la luz solar en las partículas de polvo de la
atmósfera. Que estás disipan los colores de menor longitud de onda pero dejan
pasar lo de longitud larga, como los rojizos y los anaranjados. Me explicó que
de ahí su nombre de luna roja o luna de sangre. Mientras yo pensaba que si el
mismo esfuerzo que empleaba en demostrar lo listo que era lo hubiera usado en
interesarse realmente un poquito en mi se habría dado cuenta de que mi cara
llevaba años compartiendo espacio con la suya en la misma orla.
Tan entregado iba en deslumbrar con sus
explicaciones que al final dio un peligroso mal paso, que vino seguido de un
grito prolongado, y finalmente silencio. No llamé inmediatamente al 112 porque
preferí disfrutar unos minutos en paz del momento.