Un
día cualquiera puede tornarse en la noche más oscura del alma por una simple
llamada telefónica. Así se enteró que su madre, que había bajado a por el pan,
nunca más volvería a casa. Un conductor borracho se saltó un semáforo en rojo
llevándose su vida por delante, y de paso rompió en mil pedazos su corazón. En
el tanatorio, con la madre de cuerpo presente, el pecho le dolía tanto y le
oprimía de tal manera que le costaba respirar. Ni el lexatin, el alprazolam o
el diazepam eran capaces de calmar aquel inmenso dolor.
Ela cruzó la sala del tanatorio para darla el pésame
fiel a su estilo y llamando la atención de todo el mundo. Tenía también los
ojos rojos y sin decirse nada se fundieron en un abrazo. Ella se lamentaba a
Ela de todo lo que les había quedado por hacer, de todo lo que no le había
dicho pensando que tenían tiempo; le dijo que tendría que cancelar el viaje que
le había organizado por sorpresa por ese cumpleaños que ya nunca celebrarían. Y
entonces, una vez más, Ela hizo algo que la hizo dudar de si era profundamente
estúpida o la mayor hija de puta de la tierra. Ela comenzó a enseñarla fotos en
el móvil del pasado fin de semana de escapada por Madrid con su propia madre.
Si el objetivo era que en uno de los peores momentos de su vida se sintiera aun
más miserable sin duda la acción había sido un éxito. Desolada como estaba fui
incapaz de articular palabra, y mucho menos preguntarla por qué el reflejo del
flash en sus ojos se veía blanco en lugar de rojo.
Ela siempre necesitaba sentirse especial, sentirse
protagonista, así que cuando tan solo un año después ocupó aquella misma sala
siendo ella el foco de todas las atenciones a causa de un agresivo y extraño
caso de retinoblastoma bilateral en adultos la desolada hija, ya más entera, se
preguntó que lugar ocupaba el karma en todo aquello.
Me gustan.
ResponderEliminarMe alegro fiel seguidora ;-)
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