domingo, 26 de agosto de 2018

EL ÚLTIMO OPTOMETRISTA




Nací con el milenio y en 2018 me matricularía en la Universidad de Zaragoza en el Grado de Óptica y Optometría. Un par de noches antes mi madre tuvo un sueño premonitorio, le gustaba presumir de tener ese don, y aunque era impredecible cuando sucedía decía que nunca fallaba. Me dijo que me olvidara de seguir los pasos de su padre, mi abuelo, que mejor estudiara algo relacionado con las nuevas tecnologías; pero yo no tenía muy clara mi vocación.
Tras terminar mis estudios la realidad, poco a poco, se dedicó a burlarse de mí. Primero descubrí que nadie estaba dispuesto a pagarme por revisarse la vista, si lo harían por revisar la lavadora o el coche pero no sus ojos. Lo siguiente, mi establecimiento se hizo innecesario para adquirir lentes de contacto o gafas de sol, para eso estaba Internet. Pero no solo eso, con el paso de las décadas aparecieron aplicaciones capaces de calcular refracciones con gran exactitud, ya no éramos necesarios tampoco para adquirir gafas graduadas tanto monofocales como progresivas on-line. Y por último la nanotecnología nos dio la puntilla. A través de las Nano-Drops conectadas al móvil se hizo realidad la autocorrección de ametropías con lentes de contacto inteligentes. Los que nos refugiarnos en los pacientes de Baja Visión tardamos un poco  más en cerrar, pero la regeneración de corneas a través de células madre y los transplantes de retina de grafeno en los casos más extremos hicieron el resto. La profesión estaba condenada a desaparecer, como desaparecieron antes las de afilador o campanero. Nadie puede sobrevivir poniendo tornillos. Yo fui el último optometrista en cerrar de mi ciudad.
Entonces desperté. El mismo día que debía presentar la matrícula había soñado el mismo sueño que mi madre. Aun así lo hice pero… y si fuera cierto.

sábado, 18 de agosto de 2018

HUELLAS




Maca, con el océano de fondo, pidió a un camarero que la sacara una foto donde se viera bien su nuevo tatuaje. Posó de espaldas pero con el rostro girado y sonriendo al objetivo. En la cabeza llevaba un colorido pañuelo tapando su pelo corto, la espalda desnuda, y la braga brasileña dejaba al descubierto dos simpáticas huellas de oso dibujadas en el glúteo.

La primera persona que entró en la óptica de Berto el lunes por la mañana fue el cartero con un par de cartas, una buena y una mala.
La mala traía una letra del retinógrafo que se había comprado después de asistir a un curso de interpretación de imágenes en pleno subidón profesional; ahora se preguntaba cuando rentabilizaría aquella inversión. La buena era la carta de una clienta a la que hacía mucho que no veía. Maca, una mujer exitosa de 37 años que vivía sometida a mucha presión y ganaba más dinero que tiempo disponía para disfrutarlo; las lentillas, las gafas, las reparaciones, todo lo necesitaba cuando iba para ayer. La última vez que estuvo en la óptica tenía mal color y había adelgazado mucho. Le encanta hacerse fotos así que no desperdició la oportunidad de pedirle que le fotografiara las retinas; nunca se lo habían hecho. Berto encantado de practicar con su nuevo juguete. En el ojo derecho descubrieron entusiasmados unas manchas negras apodadas como huellas de oso, solo en un ojo es benigno; pero en el ojo izquierdo tenía también. Recordó un caso práctico de aquel curso que le había llevado a la compra del aparato: Síndrome de Gardner, 100% riesgo malignidad intestinal.
Dentro del sobre que Maca le remitía había una foto de ella mirando al mar, también una nota con un escueto: "Gracias,  te dije que lo haría", y por último un cheque por el valor del aparato que había servido para salvarla la vida; y no solo en su interpretación más literal. Aquel lunes el retinógrafo quedó sobradamente amortizado.

domingo, 12 de agosto de 2018

EL CUENTO DE LA MESILLA




` Sí, sí, ya, claro ´ , no hay semana, y en ocasiones varias veces en un día, que no suene esto dentro de mi cabeza cada vez que me traen una gafa para ajustar destrozada diciéndome aquello de: ` Anoche las dejé bien en la mesilla y esta mañana me las he encontrado así ´. Sí tenéis una mínima relación con el mundo de la óptica seguro que os suena. Pero el colmo de los colmos es que sea tu propia abuela la que te venga con el cuento. Desde que mi abuelo falleció anda despistada, pero que pretenda que me trague la milonga de la mesilla asesina me supera. Poco después comprendí que aquellos despistes eran propios de la enfermedad, ese maldito alemán que hace que se te olviden las cosas con los años se había alojado dentro de su cabeza.
Pasó el tiempo y los días se hicieron cada vez más duros, el trabajo, la casa, la abuela que cada día pasaba más tiempo en la cama. Llegó un momento en que dejó de leer y sus gafas ya no abandonaban su posición de descanso en la mesilla.
Una noche, adormilada camino del baño, miré un momento dentro de su cuarto y me pareció ver a mi abuelo junto a ella, con sus gafas de cerca, ojeando una de aquellas revistas que ella ya no tocaba; siempre tuvieron la mala costumbre de usar el mismo par de gafas de cerca para los dos. Me froté los ojos y cuando los volví a abrir estaba solo mi abuela, y la gafa mal puesta y desajustada sobre la mesilla. Un par de días después murió y, aunque tardamos meses en reunir las fuerzas para recoger su habitación, la gafa nunca más volvió a desajustarse.

sábado, 4 de agosto de 2018

BELLA DONNA




A Alegra en su casa de la Florencia renacentista nunca se le negó el acceso a ninguno de los libros de la extensa biblioteca. Cuando llegó el momento de buscarla un buen marido se decantó por un ilustre caballero, que si bien era mayor que ella pensó que también lo suficientemente joven y culto como para valorar la inteligencia y la educación que portaba añadida a su dote. A ella lo que más le gustaba era leer, los libros eran ventanas a otros mundos que de no ser así jamás podría conocer. El caballero tenía una biblioteca muy superior a la de sus padres y con ella, más que con sus maneras, conquistó su corazón.
Su marido alababa sus bellos ojos, pero aun así empezó a obligarla a  aplicarse belladona para que lucieran aun más hermosos. Alegra experimentó rápidamente un descomunal aumento del diámetro de sus pupilas seguido del efecto de cicloplejia. Sus ojos midriáticos lucirían preciosos para su esposo según los cánones estéticos de la época pero a ella la dejaban ciega. Las ventanas de la biblioteca se cerraron todas de golpe.
Intentó hablar con él para dejar de aplicarse aquel ungüento, pero no la hizo caso; trató de acabar con sal con la planta que crecía en el jardín y de la cual extraía el cosmético, la reprendió por ello; le explicó que sin poder leer ella moriría de pena dentro de aquella enorme casa, pero no la escuchó.
Una noche, mientras él degustaba el asado de la cena que Alegra le había preparado con sus propias manos comenzó a sentirse mareado. Tras chupar una hoja de laurel notó que le ardía la boca. Al observarla con detenimiento se dio cuenta de no se trataba de laurel, solo se le parecía mucho. La carne había sido aliñada con hojas de venenosa adelfa. Miró entonces a su mujer y vio que ella no había probado bocado. Tarde comprendió que nunca debió tratar como vulgar florero a una mujer que, entre otros, poseía conocimientos de botánica.

LA HIJA DEL FARERO

He oído decir que la séptima hermana de una familia siempre es bruja, y empiezo a pensar que debe haber algo de cierto en esa afirma...