` Sí, sí, ya,
claro ´ , no hay semana, y en ocasiones varias veces en un día, que no suene
esto dentro de mi cabeza cada vez que me traen una gafa para ajustar destrozada
diciéndome aquello de: ` Anoche las dejé bien en la mesilla y esta mañana me
las he encontrado así ´. Sí tenéis una mínima relación con el mundo de la
óptica seguro que os suena. Pero el colmo de los colmos es que sea tu propia
abuela la que te venga con el cuento. Desde que mi abuelo falleció anda
despistada, pero que pretenda que me trague la milonga de la mesilla asesina me
supera. Poco después comprendí que aquellos despistes eran propios de la
enfermedad, ese maldito alemán que hace que se te olviden las cosas
con los años se había alojado dentro de su cabeza.
Pasó el
tiempo y los días se hicieron cada vez más duros, el trabajo, la casa, la
abuela que cada día pasaba más tiempo en la cama. Llegó un momento en que dejó
de leer y sus gafas ya no abandonaban su posición de descanso en la mesilla.
Una noche,
adormilada camino del baño, miré un momento dentro de su cuarto y me pareció
ver a mi abuelo junto a ella, con sus gafas de cerca, ojeando una de aquellas revistas que
ella ya no tocaba; siempre tuvieron la mala costumbre de usar el mismo par de
gafas de cerca para los dos. Me froté los ojos y cuando los volví a abrir
estaba solo mi abuela, y la gafa mal puesta y desajustada sobre la mesilla. Un par
de días después murió y, aunque tardamos meses en reunir las fuerzas para
recoger su habitación, la gafa nunca más volvió a desajustarse.
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