domingo, 12 de agosto de 2018

EL CUENTO DE LA MESILLA




` Sí, sí, ya, claro ´ , no hay semana, y en ocasiones varias veces en un día, que no suene esto dentro de mi cabeza cada vez que me traen una gafa para ajustar destrozada diciéndome aquello de: ` Anoche las dejé bien en la mesilla y esta mañana me las he encontrado así ´. Sí tenéis una mínima relación con el mundo de la óptica seguro que os suena. Pero el colmo de los colmos es que sea tu propia abuela la que te venga con el cuento. Desde que mi abuelo falleció anda despistada, pero que pretenda que me trague la milonga de la mesilla asesina me supera. Poco después comprendí que aquellos despistes eran propios de la enfermedad, ese maldito alemán que hace que se te olviden las cosas con los años se había alojado dentro de su cabeza.
Pasó el tiempo y los días se hicieron cada vez más duros, el trabajo, la casa, la abuela que cada día pasaba más tiempo en la cama. Llegó un momento en que dejó de leer y sus gafas ya no abandonaban su posición de descanso en la mesilla.
Una noche, adormilada camino del baño, miré un momento dentro de su cuarto y me pareció ver a mi abuelo junto a ella, con sus gafas de cerca, ojeando una de aquellas revistas que ella ya no tocaba; siempre tuvieron la mala costumbre de usar el mismo par de gafas de cerca para los dos. Me froté los ojos y cuando los volví a abrir estaba solo mi abuela, y la gafa mal puesta y desajustada sobre la mesilla. Un par de días después murió y, aunque tardamos meses en reunir las fuerzas para recoger su habitación, la gafa nunca más volvió a desajustarse.

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