martes, 30 de octubre de 2018

EL GUSANO




Tinder es un invento del demonio, estoy convencida. Una amiga obsesionada en que rehiciera mi vida, como si por no tener pareja todo lo que yo soy no tuviera ningún valor, me hizo un perfil sin contar conmigo. No se molestó en explicarme el funcionamiento de la aplicación en cuestión y, como la curiosidad al final me pudo, deslicé una foto en la dirección equivocada. El susodicho no tardó en ponerse en contacto conmigo. Con los móviles de por medio aquel gusano resultó ser más simpático que en persona. Acepté la propuesta para cenar juntos el fin de semana y el viernes, tras perfilar mis ojos como único artificio de maquillaje, salí para el restaurante.
En la cena el vino que bebió no tardó en hacerle efecto y sacó a la luz el machito misógino que en realidad era. La conversación se volvió incómoda antes de terminar el primer plato y no habíamos llegado a los postres cuando, sin haberle dado yo pie en ningún momento, empezó a narrarme lo que me haría aquella misma noche en cuanto me tuviera en su cama.
– Creo qué te equivocas, eso no va a suceder –. le dije.
– No irás a hacerte la estrecha ahora, me vas a decir que no te has pintado los ojos con esa mierda negra alrededor para que te eche un polvo –.  y lo dijo en un tono de voz tal alto que me abochornó – Las mujeres empezasteis a maquillaros para que os miráramos, y no por otra cosa.
– Creo que en eso, como en otras muchas cosas seguramente, estás equivocado –. intervino otro chico que compartía mesa con un grupo de amigos a nuestro lado – El maquillaje negro alrededor de los ojos, el Kohl, lo inventaron las mujeres como protección contra las dolencias de los ojos; y funciona. En el Antiguo Egipto este maquillaje, por sus propiedades bactericidas, era la única protección contra la ceguera de los ríos. Si una mosca infectada por un gusano parásito llamado Orchoerca Volvulus, que viven en simbiosis con una bacteria, te picara los gusanos te harían túneles en la piel y liberan millones de descendientes, pero sería la bacteria la causante directa de tu ceguera.
Mi cita lo miró fijamente durante unos segundos, como si no comprendiera a que había venido aquello.
– Si no te importa, estamos cenando.
– ¡Estábamos! – grite desde la salida.
Antes de escapar vi que el chico, con cuya historia había provocado la distracción que me había dado la oportunidad de huir, me sonreía. Leí en sus labios: “Otra cosa en la que estás equivocado”, y cerré la puerta.

lunes, 22 de octubre de 2018

LA FUGA




No tenía muy claro donde se encontraba, ni que dirección debía tomar exactamente, pero sabía que el lago estaba por ahí. No hacía mucho tiempo que había recorrido aquel paisaje desértico, casi lunar, y recordaba perfectamente que en medio de aquella extensión de tierra yerma, en alguna parte, había agua; mucha agua. Se maldecía por no recordar mejor el camino. El mismo que viajaba con ella en la parte de atrás del coche se lo enseñó antes de enmudecer para siempre, ahora no iba a ayudarla. Recordaba que aquel era un lugar realmente bonito por lo insólito que resultaba la presencia de tanta agua en medio de la nada, aguas bastante profundas. Un refrescante remanso de paz en medio del calor, el polvo, y las plantas rodadoras. Le dijo que a él le gustaba ir allí a relajarse y descansar y eso era justo lo que necesitaban ahora ambos, ella relajarse y él descansar.
Bajó las cuatro ventanillas del coche al tope para respirar mejor pero no sirvió del nada, el calor que subía del suelo chocaba con el de la atmósfera sofocante que les rodeaba y mientras ellos, en medio, y dentro de aquella lata con cuatro ruedas. Miraba al frente y al retrovisor con la misma frecuencia, hasta que de pronto aceleró. Por detrás empezó a ver el destello lejano de luces intermitentes pero al frente distinguió el reflejo del agua. Tenía que llegar ya, tenía que llegar cuanto antes… pero nunca lo hizo. La policía la detuvo mientras se esforzaba por alcanzar una ilusión óptica provocada por la reflexión total de la luz en el choque de masas de aire caliente de distinta densidad. Seguía un espejismo. A él lo sacaron del maletero y ella se fue una de las viudas negras más efímeras.
De vuelta en el coche patrulla, en dirección contraría, a un lado de la polvorienta carretera un grupo de aves tomaron tierra para beber agua.

martes, 16 de octubre de 2018

PEREZA




– ¡Ahí te quedas! – exclamé antes de cerrar la puerta por última vez de un portazo.
Ni por esas se movió del sofá.
Tres viajes me costó recoger todas mis propiedades del piso pero ni me ayudó a recogerlas, ni me pidió que me quedara, ambas cosas debían suponerle demasiado esfuerzo. Aquellos hermosos ojos verdes que me habían sorbido el seso años atrás no eran capaces de hacer otra cosa que mirar con desgana el televisor. Lo bueno era que así no veían la casa llena de basura o los lamparones sobre su propia ropa. En aquellos momentos lo único que tenía que hacer era mantener limpio el piso y de paso mantenerse limpio él, yo era la que trabajaba fuera todo el día. El tema comida era cosa a parte. Casi desde que nos fuimos a vivir juntos renuncié a comer cualquier cosa que no fueran precocinados; precocinados que calentaba yo misma al llegar. ¡Qué idiota!
Nos conocimos en el instituto, yo acabé pero él no. En la Universidad, mientras él saltaba de trabajo en trabajo, le pedí que viniera a verme a las prácticas para hacerle una revisión de la vista gratis. Fue ahí cuando detecté su problema, del mío me di cuenta más tarde. El diagnóstico: ambliopía bilateral. Di por sentado que de ahí le venían todos sus dificultades de aprendizaje y concentración, pobrecito. Y que cierto es que el amor nos vuelve ciegos, porque en realidad era yo la que no veía bien. El que se pasara la mayor parte de las horas del día jugando a la play y viendo dibujos no era la consecuencia de toda una vida arrastrando problemas visuales, más bien que sus dos ojos fueran vagos era un aviso de lo que venía después.

sábado, 6 de octubre de 2018

A CIEGAS





No hay mayor maldición que hacerse viejo, y lo mismo da si es el S. XXI o el V a. C. Por culpa de la edad hace años que vivo a ciegas. Poco a poco los humores que atacan los ojos han ido enturbiando los míos hasta precipitarse como cataratas y dejarme ciego. Soy incapaz de ver incluso la comida que voy a llevarme a la boca cada día, es por el olor a curry que me llega de la lumbre que sé, que si regreso, hoy tomaré pollo. Pero ahora acaban de venir a buscarme.
Me conducen ante el gran hombre mientras no dejo de temblar como una hoja. Unas manos me indican que me siente y lo hago torpemente. Empiezo a sudar. Intento ver algo más que la turbidez blanco-amarillenta que me rodea pero es inútil. Entro en pánico. Quiero escapar pero me sujetan. Las mismas manos que antes me hicieron sentarme ahora me obligan a continuar así, después me agarran de la cabeza y me abren los párpados. Entonces él toma una lanceta envuelta en un paño y me la clava en el ojo empujando hacia adentro y hacia abajo. Notó dolor, mucho dolor; hasta que de pronto veo. Como si acabaran de descorrer una cortina observo que puedo ver el mundo que me rodea. Los instrumentos de plata y cobre junto al médico, la cara de su ayudante y al gran Sushruta con gesto satisfecho. Retira la lanceta lentamente y coloca manteca derretida sobre la herida. Ahora a por el izquierdo, y la intervención de este también resulta ser un éxito.
Pagarle por sus servicios me pareció poco agradecimiento, aquel día comimos pollo al curry los dos.

LA HIJA DEL FARERO

He oído decir que la séptima hermana de una familia siempre es bruja, y empiezo a pensar que debe haber algo de cierto en esa afirma...