sábado, 6 de octubre de 2018

A CIEGAS





No hay mayor maldición que hacerse viejo, y lo mismo da si es el S. XXI o el V a. C. Por culpa de la edad hace años que vivo a ciegas. Poco a poco los humores que atacan los ojos han ido enturbiando los míos hasta precipitarse como cataratas y dejarme ciego. Soy incapaz de ver incluso la comida que voy a llevarme a la boca cada día, es por el olor a curry que me llega de la lumbre que sé, que si regreso, hoy tomaré pollo. Pero ahora acaban de venir a buscarme.
Me conducen ante el gran hombre mientras no dejo de temblar como una hoja. Unas manos me indican que me siente y lo hago torpemente. Empiezo a sudar. Intento ver algo más que la turbidez blanco-amarillenta que me rodea pero es inútil. Entro en pánico. Quiero escapar pero me sujetan. Las mismas manos que antes me hicieron sentarme ahora me obligan a continuar así, después me agarran de la cabeza y me abren los párpados. Entonces él toma una lanceta envuelta en un paño y me la clava en el ojo empujando hacia adentro y hacia abajo. Notó dolor, mucho dolor; hasta que de pronto veo. Como si acabaran de descorrer una cortina observo que puedo ver el mundo que me rodea. Los instrumentos de plata y cobre junto al médico, la cara de su ayudante y al gran Sushruta con gesto satisfecho. Retira la lanceta lentamente y coloca manteca derretida sobre la herida. Ahora a por el izquierdo, y la intervención de este también resulta ser un éxito.
Pagarle por sus servicios me pareció poco agradecimiento, aquel día comimos pollo al curry los dos.

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