No hay mayor maldición que hacerse viejo, y lo mismo
da si es el S. XXI o el V a. C. Por culpa de la edad hace años que vivo a
ciegas. Poco a poco los humores que atacan los ojos han ido enturbiando los
míos hasta precipitarse como cataratas y dejarme ciego. Soy incapaz de ver
incluso la comida que voy a llevarme a la boca cada día, es por el olor a curry
que me llega de la lumbre que sé, que si regreso, hoy tomaré pollo. Pero ahora
acaban de venir a buscarme.
Me conducen
ante el gran hombre mientras no dejo de temblar como una hoja. Unas manos me
indican que me siente y lo hago torpemente. Empiezo a sudar. Intento ver algo
más que la turbidez blanco-amarillenta que me rodea pero es inútil. Entro en
pánico. Quiero escapar pero me sujetan. Las mismas manos que antes me hicieron
sentarme ahora me obligan a continuar así, después me agarran de la cabeza y me
abren los párpados. Entonces él toma una lanceta envuelta en un paño y me la
clava en el ojo empujando hacia adentro y hacia abajo. Notó dolor, mucho dolor;
hasta que de pronto veo. Como si acabaran de descorrer una cortina observo que
puedo ver el mundo que me rodea. Los instrumentos de plata y cobre junto al
médico, la cara de su ayudante y al gran Sushruta con gesto satisfecho. Retira
la lanceta lentamente y coloca manteca derretida sobre la herida. Ahora a por
el izquierdo, y la intervención de este también resulta ser un éxito.
Pagarle por
sus servicios me pareció poco agradecimiento, aquel día comimos pollo al curry
los dos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario