No hay sombras sin luz, y desde ningún lugar se ve con más claridad la luz que desde las sombras. La vida misma es una lucha entre periodos de luz y tiempos de sombras. Nacemos saliendo de la oscuridad a la luz y morimos cerrando nuestros ojos a la espera de una nueva luz que seguir. Y entre las diferencias entre estas dos antagonistas destacaría que la luz es predecible mientras que las sombras nunca se sabe cómo van a surgir.
Hacía diez años Copeland había patentado el retinoscopia y tan solo uno que Germán lo tenía entre sus manos en su pequeña óptica en una capital de provincias. Con aquel aparato, y su habilidad, interpretaba las sombras que generaba la luz del artilugio sobre los ojos de sus pacientes, así extraía la graduación exacta que necesitaban portar en sus gafas para sacarlos de las tinieblas de los que no ven con claridad.
Estaba entusiasmado, vivía convencido de que muchos días buenos le esperaban en su negocio ajeno a los rumores de las tertulias políticas. Era 16 de Julio de 1936.
Un rincón donde dejar volar la imaginación a través de microrrelatos, sin perder nunca de vista la profesión. Dentro de una óptica pasan muchas más cosas de las que pueden verse a simple vista.
lunes, 25 de junio de 2018
lunes, 18 de junio de 2018
LÁGRIMAS
No hay dos lágrimas iguales, y por eso alguien se molestó
en clasificarlas por tipos.
A
las primeras en identificar las pusieron lágrimas basales. Son las que aportan
oxígeno al ojo, tienen actividad bacterostática, lubricante y una muy
importante función óptica. A las segundas las nombraron lágrimas reflejas,
aparecen en respuesta a cualquier irritación. Las últimas son exclusivas de los
seres humanos y las llamaron lágrimas emocionales porque brotan según nuestras
emociones. De estás no hay suficientes en mis ojos para aliviar el dolor de tu
pérdida, de lo efímero que fue disfrutar de un hermano como tú tan solo durante
veintinueve años.
Estés dónde estés te quiero hermano.
lunes, 11 de junio de 2018
EN LA DISTANCIA
Dentro de sus
rutinas semanales la hora de piscina del jueves era la que más le gustaba.
Llegaba al gimnasio portando sus gafas de pasta gruesa, con esas lentes llenas
de aros que empequeñecían sus ojos tan típicas de los miopes. Pero cuando iba a
la piscina se lanzaba al mundo a lo loco, sus gestos la delataban. Guiñaba los
ojos tratando de ver cualquier cosa que se escapara de su campo visual, que era
casi todo, así que la mayor parte de las veces aquello no era bastante. No
toleraba las lentes de contacto, por más blandas e hidratadas que fueran
Un día
ocurrió algo curioso, juraría que al entornar los ojos vio a alguien
observándola a lo lejos, más lejos de lo normal, y por un instante se le heló
la sangre.
A la semana
siguiente, no sin cierto temor, volvió a fijar sus ojos al fondo de la piscina
y efectivamente allí estaba otra vez, un chico de su misma edad la observaba a
una distancia muy superior a la que ella normalmente era capaz de enfocar. Y no
solo es que pudiera verlo, es que incluso pudo ver con total claridad como en
su rostro se mostró contrariedad al darse cuenta de que ella lo miraba…era
imposible, desde aquella distancia, que pudiera verlo observándola con ojos de
total devoción.
A la salida del gimnasio ella se quedó esperando
a su silencioso admirador. Él salió del vestuario con gafas, unas muy parecidas
a las que ella ya no usaba, y los ojos completamente rojos; esos que se ponen
cuando te esfuerzas en ponerte unas lentillas que tu cuerpo rechaza. El tímido
miope desconocido no pudo esconder su sorpresa.
– Porque no dejas de mirarme tanto y me
invitas a un café. – le dijo.
– Pero… ¿Ahora puedes verme?
– Es la magia de la Orto K… deberías probarla
domingo, 3 de junio de 2018
LA VIDA EN NARANJA
El doctor era
un sesentón, fumador empedernido, de esos que daba consejos a sus pacientes que
él no cumplía. Tenía fama de soberbio, pero no caer en la soberbia siendo tal
eminencia en su campo era difícil; o eso decía de él el óptico-optometrista que
tenía contratado desde hacía un par de
años en su consulta. Por su parte el oftalmólogo opinaba de su asistente
veinteañero que tenía delirios de grandeza respecto a sus funciones, él estaba
allí para graduar porque esa tarea al doctor le aburría soberanamente; lo suyo
era el diagnóstico y tratamiento de las enfermedades del ojo. Pero como siempre
se ha dicho que en casa del herrero cuchara de palo.
Una noche, al
acabar de pasar consulta, el doctor se frotó los ojos cansados y arrojó sus gafas
de cerca sobre el escritorio; hacía tiempo que sospechaba que tenía un problema
que evitaba encontrar.
Pasó al gabinete óptico, donde el chico
terminaba de recoger, y le pidió que le acompañara para poder hacerse una
prueba; solo no podía. Antes de ver la imagen de su propia retina anaranjada
salpicada por manchitas claras en torno a la mácula supo por la cara del
óptico lo que había: Degeneración macular asociada a la edad.
El chico
rompió el silencio del oftalmólogo al confirmar sus peores
sospechas.
– Tranquilo
doctor, siempre podrá contar conmigo. Empecemos por cambiar su visión de las
cosas.
Y de una caja
de filtros de prueba extrajo un par de lentes anaranjadas. Al ponerlas delante
de los ojos del doctor notó una clara mejoría en la visión con que lo percibía
todo… pero sobre todo empezó a ver con otros ojos a aquel crío.
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