domingo, 3 de junio de 2018

LA VIDA EN NARANJA




El doctor era un sesentón, fumador empedernido, de esos que daba consejos a sus pacientes que él no cumplía. Tenía fama de soberbio, pero no caer en la soberbia siendo tal eminencia en su campo era difícil; o eso decía de él el óptico-optometrista que tenía contratado desde  hacía un par de años en su consulta. Por su parte el oftalmólogo opinaba de su asistente veinteañero que tenía delirios de grandeza respecto a sus funciones, él estaba allí para graduar porque esa tarea al doctor le aburría soberanamente; lo suyo era el diagnóstico y tratamiento de las enfermedades del ojo. Pero como siempre se ha dicho que en casa del herrero cuchara de palo.
Una noche, al acabar de pasar consulta, el doctor se frotó los ojos cansados y arrojó sus gafas de cerca sobre el escritorio; hacía tiempo que sospechaba que tenía un problema que evitaba encontrar.
 Pasó al gabinete óptico, donde el chico terminaba de recoger, y le pidió que le acompañara para poder hacerse una prueba; solo no podía. Antes de ver la imagen de su propia retina anaranjada salpicada por manchitas claras en torno a la mácula supo por la cara del óptico lo que había: Degeneración macular asociada a la edad.
El chico rompió el silencio del oftalmólogo al confirmar sus peores sospechas.
– Tranquilo doctor, siempre podrá contar conmigo. Empecemos por cambiar su visión de las cosas.
Y de una caja de filtros de prueba extrajo un par de lentes anaranjadas. Al ponerlas delante de los ojos del doctor notó una clara mejoría en la visión con que lo percibía todo… pero sobre todo empezó a ver con otros ojos a aquel crío.

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