jueves, 22 de marzo de 2018

TANINO, TANINO


Era tan simpático, locuaz, ocurrente e imaginativo como amigo, como inapropiado como pareja. El amor de su vida fue una óptica-optometrísta que al final no vio clara su relación. Cuando se marchó le dejó tocado y con algunos conocimientos más que antes no tenía.
Decía que las longitudes de onda entre los 430 y los 565 a él no le hacían falta porque no le servían para apreciar los matices del color de la cerveza o el vino, y es que para inspirarse siempre recurría a las espumosas o los caldos. Los tonos de color verdes y azules eran prescindibles dentro de su mundo etílico.
Y así es como todos los días, en su ronda habitual con los amigos de vino en vino, divagaba sobre los taninos hasta llegar al punto donde la copa se le desdoblaba en dos. Entonces otra palabra que ella le enseñó venía a su memoria junto con su recuerdo: diplopía.
 Como dos son los ojos, como dos son las lentes de una gafa, sabía que olvidarla le costaría el doble que en otras ocasiones.

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