Desde que
José había conseguido un ascenso a jefe de área de una importante compañía del
sector óptico su matrimonio se iba a pique, pero irónicamente el no lo veía. Se
había convertido en un hipermétrope emocional, percibía a la legua cualquier
deficiencia dentro de su grupo de ópticas, estaba obsesionado por las cifras y
los resultados, pero le costaba un gran esfuerzo focalizar su atención en su
esposa.
A la vuelta
de un viaje a Valencia ella estaba esperándole con lágrimas en los ojos y la
duda de si hacer o no la maleta. Siempre le había dicho que quería ver las
fallas pero ni por un momento cayó en la cuenta de llevársela con él, a pesar
de ser las fechas que eran. Y mientras ella oía girar la llave en la cerradura de
la puerta de entrada a casa seguía sopesando si contarle o no todo lo que se
guardaba dentro, total, seguro que no la escucharía… como siempre.
Al dar al
interruptor del recibidor la luz se fue y entonces, desde las sombras, su mujer
le dijo a bocajarro.
– Felicidades
por partida doble, porque es tu santo y porque vas a ser papá. ¿Piensas estar a
mi lado?
Y de pronto,
por primera vez en mucho tiempo y en medio de la oscuridad, José vio la luz.
¡FELIZ
DÍA DEL PADRE!
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