Mi madre me
inculcó la importancia de una buena educación, pues la educación y la
amabilidad son otras formas de belleza. Cuantas veces una palabra amable o un
buen gesto han resultado tanto o más atractivos que una cara bonita, o al
menos, a mí así me ocurre.
No hace ni
seis meses que coincidí por primera vez en el ascensor con el último inquilino
en llegar a la comunidad. Su aspecto, o tal vez solo fueron sus gafas que le
daban una cierta apariencia intelectual, me hizo pensar que se trataría de un
buen hombre, educado y respetuoso; pero cuantas veces una primera impresión ha
sido equivocada, para bien o para mal. Yo desde luego le conferí cualidades que
para nada poseía. Era incapaz de responder a mis saludos con un “Buenos días” o
“Buenas tardes”, tenía suerte si recibía por respuesta algún sonido gutural.
Desde que el llegó mi coche era golpeado casi a diario sin salir del garaje, y
resultaba que el utilizaba la plaza situada justo junto a la mía, en el mismo
lado en el cual surgían inexplicablemente
bollos y arañazos. Amablemente un día que coincidí con él estando a punto ambos
de coger el coche le pregunté al respecto. Me miró a través de los cristales de
sus gafillas, como si fuera un insecto insignificante, y ni tan siquiera me
respondió con palabras. Sí lo hizo con gestos, al arrancar volvió a rozar mi
coche pero ni se inmutó, y yo tomé aquello como una confirmación de mis
sospechas. Porque soy un hombre educado y pacífico me contuve, además yo nunca
pegaría a un hombre con gafas.
Sus agravios
continuaron. Las bolsas de basura empezaron a acumularse y descomponerse en el
rellano de la escalera, ignorando cualquier queja. El volumen de la televisión
era molesto a horas inadecuadas, y los golpes a mi coche no dejaban de
proliferar; pero yo no podía pegar a un hombre con gafas. Aunque llegó el día
en que decidí que aquello no podía seguir así, debía pasar a la acción. Llamé
al timbre de su puerta, y tuve que insistir porque no me oía.
– ¿Qué quieres? –
me dijo al abrir la puerta –
¿Y sé puede saber de qué te ríes?
– De un chiste que me han contado. Me
han dicho que nunca hay que pegar a un hombre con gafas, mejor con un bate que
hace más daño. Y aquí estoy.
Le mostré la sorpresa que guardaba escondida a mi
espalda y allí acabo todo. Con lo sencillo que hubiera sido mostrar un poquito
de educación.