domingo, 27 de enero de 2019

UN HOMBRE CON GAFAS





Mi madre me inculcó la importancia de una buena educación, pues la educación y la amabilidad son otras formas de belleza. Cuantas veces una palabra amable o un buen gesto han resultado tanto o más atractivos que una cara bonita, o al menos, a mí así me ocurre.
No hace ni seis meses que coincidí por primera vez en el ascensor con el último inquilino en llegar a la comunidad. Su aspecto, o tal vez solo fueron sus gafas que le daban una cierta apariencia intelectual, me hizo pensar que se trataría de un buen hombre, educado y respetuoso; pero cuantas veces una primera impresión ha sido equivocada, para bien o para mal. Yo desde luego le conferí cualidades que para nada poseía. Era incapaz de responder a mis saludos con un “Buenos días” o “Buenas tardes”, tenía suerte si recibía por respuesta algún sonido gutural. Desde que el llegó mi coche era golpeado casi a diario sin salir del garaje, y resultaba que el utilizaba la plaza situada justo junto a la mía, en el mismo lado en el cual surgían inexplicablemente bollos y arañazos. Amablemente un día que coincidí con él estando a punto ambos de coger el coche le pregunté al respecto. Me miró a través de los cristales de sus gafillas, como si fuera un insecto insignificante, y ni tan siquiera me respondió con palabras. Sí lo hizo con gestos, al arrancar volvió a rozar mi coche pero ni se inmutó, y yo tomé aquello como una confirmación de mis sospechas. Porque soy un hombre educado y pacífico me contuve, además yo nunca pegaría a un hombre con gafas.
Sus agravios continuaron. Las bolsas de basura empezaron a acumularse y descomponerse en el rellano de la escalera, ignorando cualquier queja. El volumen de la televisión era molesto a horas inadecuadas, y los golpes a mi coche no dejaban de proliferar; pero yo no podía pegar a un hombre con gafas. Aunque llegó el día en que decidí que aquello no podía seguir así, debía pasar a la acción. Llamé al timbre de su puerta, y tuve que insistir porque no me oía.
¿Qué quieres?   me dijo al abrir la puerta ¿Y sé puede saber de qué te ríes?
De un chiste que me han contado. Me han dicho que nunca hay que pegar a un hombre con gafas, mejor con un bate que hace más daño. Y aquí estoy.
Le mostré la sorpresa que guardaba escondida a mi espalda y allí acabo todo. Con lo sencillo que hubiera sido mostrar un poquito de educación.

domingo, 20 de enero de 2019

VUDÚ




A pesar de estar en interior, y que la sala de espera carecía de ventanas, los dos hombres que allí esperaban a que la enfermera les trajera sendos consentimientos informados no se desprendían de sus gafas de sol. Uno de ellos se mostraba ilusionado y ansioso, el otro no. Al primero la espera lo estaba sacando de sus casillas, así que comenzó a hablar para romper el silencio.
– Es la primera vez que vengo a Barcelona, y casi no he visto nada. Pero cuando salga de aquí espero que todo sea muy distinto. ¿Y tú?
– Yo ya había estado antes aquí, en un verano que me dediqué a cazar olas por toda la Costa Brava.
– ¿Surfeas?
– Surfeaba, la última vez que lo hice fue en Haití.
– A mí también me gusta surfear, pero lo dejé porque me pasaba más tiempo con queratitis que sin ella… mis corneas siempre han sido muy delicadas. Por eso estás tú también aquí.
– No, a mí me ha traído aquí el vudú.
La enfermera entró un momento con los consentimientos y volvió a dejarlos a solas. El paciente parlanchín había enmudecido de golpe, no sabía si aquel tipo le tomaba el pelo o estaba loco. Antes de poder preguntarle que había querido decir con lo de que a él le había llevado allí el vudú el otro tipo reinició su narración.
– Llegué a Haití en busca de olas y alguna guapa haitiana. En el mapamundi de mi casa cada vez que regresaba tachaba un país, y eso significaba que me había acostado con alguna mujer de allí. Alika era una mulata espectacular, y muy joven, yo fui su primer amor… y el último. Me llevó a conocer a su familia, y a pesar de que me vanagloriaba de ser un gran seductor capaz de meterme a cualquiera en el bolsillo, su padre que era un hombre muy vivido vio algo en mí qué no le gustó. Era un bokor, un brujo negro, y tras abandonar a su hija, y que esta enloqueciera, me llegó la desgracia. Antes de coger mi vuelo de regreso a casa tomé un último baño en la piscina del hotel, y durante las largas horas de vuelo de vuelta sufrí el ataque más agresivo que nunca un oftalmólogo haya visto de queratitis por acanthamoeba.
– Bueno, tuviste mala suerte pero no creo que sea vudú, tras el transplante de cornea todo ira bien, seguro.
– Tú crees –. dijo al tiempo que se quitaba las gafas de sol – Me estaba subiendo al taxi rumbo al aeropuerto cuando el padre de Alika se acercó a mí y me dijo que no volvería a mirar a ninguna otra mujer después de su hija. Y así será.
La cornea del ojo derecho tenía un aspecto blanco lechoso. Donde debía estar el ojo izquierdo solo había una cavidad vacía.
– El doctor insiste en volver a operarme, se siente culpable por el peor caso de rechazo de su vida, pero yo no le culpo de nada. La culpa es solo mía. Suerte con tu transplante, seguro que ira bien.
 Y tras rasgar los folios del consentimiento, antes de levantarse y salir, dejó a su  optimista compañero de sala confuso y lleno de desasosiego.

lunes, 14 de enero de 2019

PIRATA Y CABALLERO





– ¡Buenos días pirata! – dijo al verme entrar en la óptica.
Llevaba saludándome así desde crío, cuando la conocí. Por entonces me ponía un parche en el ojo y me decía que, durante dos horas, sería un pirata: su pirata. Uno de mis ojos no trabajaba bien y ella me obligaba a ejercitarlo con diversos juegos. Recuerdo un cordón con tres bolas pequeñitas, y una pelota colgada de una cuerda  rodeada por letras y números; pero sobre todo la recuerdo a ella. Era entonces más joven pero igualmente preciosa. No sé si fue su terapia visual, o mi deseo por no perderme ni uno solo de sus detalles a pesar de ser un niño, lo que hizo que mi ojo izquierdo saliera de su letargo.
Aquel día no necesitaba llevar mis gafas puestas para reconocer que su mirada estaba triste, sin duda un nuevo desengaño amoroso; no tenía la suerte en el amor que una mujer como ella merecía. Me sacaba veinte años y era incapaz de mirarme como yo la miraba a ella, pero no sé que se apoderó de mí en aquel momento para sincerarme y hablarle de mis sentimientos tanto tiempo ignorados y escondidos.
Ojiplática escuchó mi alocada declaración. Una verborrea nerviosa que comenzó hablando sobre la diferencia de edad entre el presidente de Francia, Macron, y su esposa y que terminó recordándola que hace años, con unos ojos igual de tristes que los que lucía ahora, me confesó que siempre soñó con que algún día se la llevaran del trabajo a lo “Oficial y Caballero”
– Yo no soy Oficial, pero estaría encanto de ser tu Pirata y Caballero… para toda la vida.

martes, 8 de enero de 2019

REYES





Bajo el árbol de Navidad, junto al Belén, y sobre cada uno de los lustrosos zapatos allí depositados esperando a los Reyes Magos ella dejó varios paquetes iguales. Desde el día de la lotería tuvo claro que todos los regalos los compraría en la óptica junto a la administración que, quiso la fortuna, se convertiría en mecenas de sus sueños. Un par de gafas de sol para cada uno de ellos sería el regalo estrella aquellas Navidades. Por contra la “madre de”, “hija de” y “esposa de” una año más, por supuesto, comprobó que en aquel lugar para ella no había presente alguno; ninguno se había molestado. Por eso, al llegar la noche, tras ejercer de paje real, en lugar de dejar sus zapatos junto a los demás se los calzó para salir y no volver.
Por la mañana, después de probarse cada uno de ellos su regalo, y al darse cuenta todos que el desayuno tardaba en llegar, fueron a buscarla a la cocina; pero en el lugar donde era habitual encontrar su presencia solo había dejado una nota. Atrapado contra la puerta del frigorífico por un imán de nevera rezaba en un papel escrito de su puño y letra:
“Me marcho para brillar, os dejo las gafas de sol no os vaya a deslumbrar”
Y así,  tras años viviendo bajó distintas sombras, Reyes se sintió libre para ser quien era de verdad.

LA HIJA DEL FARERO

He oído decir que la séptima hermana de una familia siempre es bruja, y empiezo a pensar que debe haber algo de cierto en esa afirma...