A pesar de estar en interior, y que la sala
de espera carecía de ventanas, los dos hombres que allí esperaban a que la
enfermera les trajera sendos consentimientos informados no se desprendían de
sus gafas de sol. Uno de ellos se mostraba ilusionado y ansioso, el otro no. Al
primero la espera lo estaba sacando de sus casillas, así que comenzó a hablar
para romper el silencio.
– Es la primera vez que vengo a Barcelona, y
casi no he visto nada. Pero cuando salga de aquí espero que todo sea muy distinto.
¿Y tú?
– Yo ya había estado antes aquí, en un verano
que me dediqué a cazar olas por toda la Costa Brava.
– ¿Surfeas?
– Surfeaba, la última vez que lo hice fue en
Haití.
– A mí también me gusta surfear, pero lo dejé
porque me pasaba más tiempo con queratitis que sin ella… mis corneas siempre
han sido muy delicadas. Por eso estás tú también aquí.
– No, a mí me ha traído aquí el vudú.
La enfermera entró un momento con los
consentimientos y volvió a dejarlos a solas. El paciente parlanchín había
enmudecido de golpe, no sabía si aquel tipo le tomaba el pelo o estaba loco.
Antes de poder preguntarle que había querido decir con lo de que a él le había
llevado allí el vudú el otro tipo reinició su narración.
– Llegué a Haití en busca de olas y alguna
guapa haitiana. En el mapamundi de mi casa cada vez que regresaba tachaba un
país, y eso significaba que me había acostado con alguna mujer de allí. Alika
era una mulata espectacular, y muy joven, yo fui su primer amor… y el último.
Me llevó a conocer a su familia, y a pesar de que me vanagloriaba de ser un
gran seductor capaz de meterme a cualquiera en el bolsillo, su padre que era un
hombre muy vivido vio algo en mí qué no le gustó. Era un bokor, un brujo negro, y tras abandonar
a su hija, y que esta enloqueciera, me llegó la desgracia. Antes de coger mi
vuelo de regreso a casa tomé un último baño en la piscina del hotel, y durante
las largas horas de vuelo de vuelta sufrí el ataque más agresivo que nunca un
oftalmólogo haya visto de queratitis por acanthamoeba.
– Bueno, tuviste mala suerte pero no creo que
sea vudú, tras el transplante de cornea todo ira bien, seguro.
– Tú crees –. dijo al tiempo que se quitaba
las gafas de sol – Me estaba subiendo al taxi rumbo al aeropuerto cuando el
padre de Alika se acercó a mí y me dijo que no volvería a mirar a ninguna otra
mujer después de su hija. Y así será.
La cornea del ojo derecho tenía un aspecto
blanco lechoso. Donde debía estar el ojo izquierdo solo había una cavidad
vacía.
– El doctor insiste en volver a operarme, se
siente culpable por el peor caso de rechazo de su vida, pero yo no le culpo de
nada. La culpa es solo mía. Suerte con tu transplante, seguro que ira bien.
Y tras
rasgar los folios del consentimiento, antes de levantarse y salir, dejó a
su optimista compañero de sala confuso y
lleno de desasosiego.
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