lunes, 22 de octubre de 2018

LA FUGA




No tenía muy claro donde se encontraba, ni que dirección debía tomar exactamente, pero sabía que el lago estaba por ahí. No hacía mucho tiempo que había recorrido aquel paisaje desértico, casi lunar, y recordaba perfectamente que en medio de aquella extensión de tierra yerma, en alguna parte, había agua; mucha agua. Se maldecía por no recordar mejor el camino. El mismo que viajaba con ella en la parte de atrás del coche se lo enseñó antes de enmudecer para siempre, ahora no iba a ayudarla. Recordaba que aquel era un lugar realmente bonito por lo insólito que resultaba la presencia de tanta agua en medio de la nada, aguas bastante profundas. Un refrescante remanso de paz en medio del calor, el polvo, y las plantas rodadoras. Le dijo que a él le gustaba ir allí a relajarse y descansar y eso era justo lo que necesitaban ahora ambos, ella relajarse y él descansar.
Bajó las cuatro ventanillas del coche al tope para respirar mejor pero no sirvió del nada, el calor que subía del suelo chocaba con el de la atmósfera sofocante que les rodeaba y mientras ellos, en medio, y dentro de aquella lata con cuatro ruedas. Miraba al frente y al retrovisor con la misma frecuencia, hasta que de pronto aceleró. Por detrás empezó a ver el destello lejano de luces intermitentes pero al frente distinguió el reflejo del agua. Tenía que llegar ya, tenía que llegar cuanto antes… pero nunca lo hizo. La policía la detuvo mientras se esforzaba por alcanzar una ilusión óptica provocada por la reflexión total de la luz en el choque de masas de aire caliente de distinta densidad. Seguía un espejismo. A él lo sacaron del maletero y ella se fue una de las viudas negras más efímeras.
De vuelta en el coche patrulla, en dirección contraría, a un lado de la polvorienta carretera un grupo de aves tomaron tierra para beber agua.

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