No tenía muy claro donde se encontraba, ni que
dirección debía tomar exactamente, pero sabía que el lago estaba por ahí. No
hacía mucho tiempo que había recorrido aquel paisaje desértico, casi lunar, y
recordaba perfectamente que en medio de aquella extensión de tierra yerma, en
alguna parte, había agua; mucha agua. Se maldecía por no recordar mejor el
camino. El mismo que viajaba con ella en la parte de atrás del coche se lo
enseñó antes de enmudecer para siempre, ahora no iba a ayudarla. Recordaba que
aquel era un lugar realmente bonito por lo insólito que resultaba la presencia
de tanta agua en medio de la nada, aguas bastante profundas. Un refrescante
remanso de paz en medio del calor, el polvo, y las plantas rodadoras. Le dijo que a
él le gustaba ir allí a relajarse y descansar y eso era justo lo que
necesitaban ahora ambos, ella relajarse y él descansar.
Bajó las cuatro ventanillas del coche al tope para
respirar mejor pero no sirvió del nada, el calor que subía del suelo chocaba
con el de la atmósfera sofocante que les rodeaba y mientras ellos, en medio, y
dentro de aquella lata con cuatro ruedas. Miraba al frente y al retrovisor con
la misma frecuencia, hasta que de pronto aceleró. Por detrás empezó a ver el
destello lejano de luces intermitentes pero al frente distinguió el reflejo del
agua. Tenía que llegar ya, tenía que llegar cuanto antes… pero nunca lo hizo.
La policía la detuvo mientras se esforzaba por alcanzar una ilusión óptica provocada por la reflexión total de la luz en el choque de masas de
aire caliente de distinta densidad. Seguía un espejismo. A él lo sacaron del maletero y ella se fue
una de las viudas negras más efímeras.
De vuelta en el coche patrulla, en dirección
contraría, a un lado de la polvorienta carretera un grupo de aves tomaron
tierra para beber agua.
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