miércoles, 5 de diciembre de 2018

BATES


  


Siempre he sido un cinéfilo, y por eso cuando Norman entró por la puerta de mi óptica la primera vez y me dijo su nombre lo que automáticamente sonó detrás dentro de mi cabeza fue “Bates”; nunca imaginé que era un aviso.
Aquel inglés de mediana edad y aspecto bohemio, que había huido de las brumas de Gran Bretaña para instalarse en una autocaravana junto al mar en plena Costa Blanca, quería que le revisara la vista. Por supuesto, lo normal por su edad, tenía presbicia. Me pagó la revisión y no volví a saber nada más de él en un año. Pasado el tiempo repitió consulta, y pareció decepcionado cuando le confirmé que la presbicia no había disminuido, pero de nuevo no se hizo gafa. Volvió a transcurrir algo más de un año y repitió por tercera vez el examen conmigo;  demandaba media dioptría más. Parecía descorazonado. Aquel día si se decidió a comprar y al salir tiró a la basura una gafa de sol con los cristales taladrados, una rudimentaria multiestenopeica.
– Bates no funciona – farfulló al salir.
De pronto recordé algo. Busqué en youtube y comprobé que había cientos de videos explicando el Método Bates. Que aquella terapia alternativa para mejorar la agudeza visual, nacida hace más de un siglo, aun hoy tuviera seguidores me dio un escalofrío. Para mí fue peor que la primera vez que ví la mítica escena de la ducha de Hitchcock.

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