Lucía siempre
ha sido y será una gran dama del teatro, su nombre está grabado con letras de
oro en la historia de Estudio 1. Toda una vida entre bambalinas, tramoyas,
apliques, bastidores y candilejas de distintos escenarios. Había interpretado
tantos personajes a lo largo de su vida que a veces dudaba de quien era ella
misma.
Se hacía
mayor, y lo notaba en que ya no llevaba tan bien como antes la doble función.
Se sentía cansada, en crisis consigo misma. El gran amor de su vida había sido
la interpretación, pero era tremendamente absorbente y exigente. Si pudiera
volver el tiempo atrás no estaba segura de si elegiría el mismo modo de vida.
El día de la tormenta que le devolvió la calma los aplausos al final de la
función no la hicieron sentir nada nuevo, lo único que podían ver sus ojos en
aquel momento eran las moscas revoleteando por todas partes; aquel teatro
parecía un estercolero. Al salir a la calle las luces de los flashes le
resultaron más molestas de lo normal. Después todo se fue haciendo sombrío y
finalmente cayó el telón.
Cuando volvió
a abrir los ojos renovados en el Hospital tras recolocar ambas retinas en su
sitio después del desprendimiento lo primero que pensó fue en las ganas que tenía
de volver al teatro. Se sorprendió, pero es que ya lo dijo Serrat: “No hay nada
más bello que lo que nunca he tenido. Nada más amado que lo que perdí”
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